La rutina de la isla de Kos, paraíso turístico griego, da la espalda a los cientos de migrantes agradecidos por llegar a salvo. Un antiguo hotel abandonado es ahora un pequeño campo de refugiados improvisado, para dormir en el suelo, mientras gestionan un permiso para continuar el viaje. En una fila fuertemente custodiada, la angustia y el miedo está en cada uno de los hombres, mujeres y niños que esperan por muchas horas para subir al ferry. “Finalmente el barco zarpa hacia Atenas entre los vítores que, desde la cubierta superior, lanzan los refugiados”, cuenta Javier Bauluz en su crónica. (Leer la historia de esta etapa)
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