“Bienvenidos a Europa”
Por: Javier Bauluz
“Bienvenidos a Europa, bienvenidos a Austria” dice un sonriente policía. La familia siria le mira sorprendida. Es la primera vez desde que iniciaron el viaje que un policía les sonríe en vez de gritarles, empujarles o tratarles como animales.
“Pasen hacia allí, por favor”, les indica en inglés el agente, señalando una explanada repleta de personas. El padre de familia mira al periodista y le dice: “Nos ha dicho ‘por favor’ y no nos trata como si fuéramos tontos o animales. Tal vez esto sí sea la Europa que soñamos”.
Una larga columna de autobuses nuevos espera con los motores encendidos. Los cientos de refugiados que acaban de cruzar la frontera húngara hacen cola pacientemente frente a una valla y una línea de policías que entablan conversación con ellos mientras esperan su turno. No hay gritos, no hay tensión, el ambiente es relajado y amable. El dispositivo policial funciona como un reloj y, sin prisas ni empujones, los refugiados van subiendo a los buses.
Una niña vestida de caperucita roja mira sonriente a su hermana que hace pompas de jabón, mientras el padre agradece el buen trato con la mano en el pecho y unos ojos sonrientes.
Los refugiados vuelven a dejar paso a las familias primero, a las que también la policía llama para facilitarles el paso. Un hombre se sube a hombros de un amigo y empieza a cantar y bailar. Todos los sirios alrededor comienzan a jalearle y a cantar el estribillo. Sonrientes y, por fin, alegres y relajados.
Un agente se acerca a los periodistas y da los buenos días en inglés. Pregunta de dónde son y tras identificarse como miembro del gabinete de prensa de la policía pregunta si necesitan alguna información o datos antes de explicar la situación.
Pocos kilómetros más allá, los buses se detienen en Nickelsdorf junto a una nube de voluntarios que reciben a los refugiados formando un pasillo humano de pasteles, fruta, zumos, chocolate… Un inusual y amplio despliegue logístico institucional está también presente: ambulancias, médicos, la Cruz Roja austríaca y decenas de policías que atienden con amabilidad a los recién llegados.
Una pareja joven baja del autobús con un bebé, una niña pequeña y dos pequeñas mochilas. A los diez minutos se encuentran literalmente rodeados por nuevas pertenencias, muñecos de peluche, zapatos para niños, chocolatinas, mantas, ropa de abrigo y un sinfín de objetos que les rodean mientras comen ansiosos un plato de arroz, posiblemente su primera comida caliente en mucho días. No dan abasto para dar las gracias, entre bocado y bocado, a las persistentes mujeres mayores que continuamente les ‘asedian’ con nuevos regalos.
Al fondo se ha montado un gran mercadillo de ropa usada. Hombres y mujeres se prueban zapatos, botas, abrigos o camisas atendidos por sonrientes y pacientes voluntarios. Pero sin lugar a dudas el punto de mayor afluencia es una gran olla de arroz caliente que es repuesta por una nueva cada vez que se acaba, cada poco tiempo.
Un hombre austríaco, de mediana edad, lo atiende junto a su hija y su hijo preadolescentes. También ofrecen bebidas calientes. Cada cierto tiempo los dos niños se acercan con vasos humeantes a la cola de los que ya esperan el siguiente tren hacia Viena. Con una sonrisa, pero también con la timidez propia de su edad, la niña ofrece un vaso de té caliente a una mujer siria que la mira entre sorprendida, divertida y agradecida. Esas dos miradas conectadas consiguen desbordar de emoción al periodista, que se retira del lugar y poco después se acerca al padre para darle las gracias por lo que está haciendo. Pero las palabras no pueden salir de su boca. El hombre le da un abrazo. Y los dos continúan con sus labores.
La empatía, desaparecida a lo largo de este viaje, ha resurgido en Austria y la constante xenofobia que han sufrido parece haberse esfumado. Desaparecen también las caras de cansancio y angustia que el periodista ha observado durante todo el viaje por Grecia, Macedonia, Serbia y Hungría. “Parece que por fin hemos llegado a Europa”, dice un joven iraquí.
Anochece y en la cola hace frío, pero las risas acompañan a la impaciencia por subirse al próximo tren del puente ferroviario que desplaza con rápida eficacia a miles de personas hasta Viena.
Un nuevo tren llega. Va decorado con unos grandes rótulos de publicidad que ocupan todo el exterior del vagón. “Willkomen”, dice parte del texto rodeado por grandes caras impresas de jóvenes rubios sonrientes sentados a una mesa. El fotoperiodista se desespera cada vez que se abre y cierra la puerta corredera automática, que tapa el cartel publicitario, con la entrada y salida de voluntarios repartiendo botellas de agua y algo de comida a los felices y cansados pasajeros. Enmarcada por el colorido anuncio, una madre se instala en su asiento con dos niños y un bebé. Finalmente se sienta y abraza con ternura al bebé. La cámara registra el instante preciso que el periodista esperaba con ansiedad.
VIENA
Dos pequeños llegan con juguetes en sus manos. Alzan los brazos. “Son para los niños refugiados”, dice el más rubio. La voluntaria sonríe y se dirige a la madre que trae una maleta llena de ropa. “No podemos aceptar más juguetes, no hay sitio. Estamos desbordados por la cantidad de ciudadanos que vienen a traernos todo lo necesario”. A su lado otra voluntaria recoge un carrito que otra mujer con su hijo traen cargado de ropa infantil. “Lo necesitarán más que yo”.
Una anciana aparece arrastrando dos maletas con las que apenas puede cargar. Varias jóvenes con velo entregan paquetes. Cientos de personas aparecen de la nada cargando con bultos, maletas, bolsas llenas de cosas que quieren dar a los recién llegados. Decenas de voluntarios, que no dan abasto, se afanan en clasificar y organizar todas las donaciones en la parte trasera de la estación vienesa.
En el andén se ven jóvenes con carteles en el pecho, escritos en árabe e inglés: “Hablo árabe. Si necesitas ayuda, por favor, dime”. Tres jóvenes árabes sostienen otra pancarta: “Muchas gracias por vuestra ayuda, nunca lo olvidaremos”.
Los trenes con destino a Alemania salen continuamente. Al subir, el periodista se encuentra con cientos de personas, con ropa limpia, sonrientes y alegres. Una imagen que contrasta brutalmente con el recuerdo de más de un mes y medio de viaje acompañando a los refugiados.
Pronto la alegría da paso al cansancio y cuando el tren llega a Munich casi todos duermen. Solo un grupo de policías recibe a los pasajeros y los conducen, amable pero firmemente, hacia otro tren del que nadie sabe su adónde va.
Tras largas horas de viaje hacia un destino desconocido, el ferrocarril se detiene finalmente en Frankfurt. Todos bajan confusos, no saben qué hacer, ni adónde ir y nadie les espera. Tras las primeras dudas, pronto se diseminan y se mezclan con las miles de personas que salen de los andenes de la lujosa estación camino de sus trabajos.“Welcome to Europe”.
Son las seis de la mañana y el periodista, agotado tras tantas semanas de viaje, se da cuenta de que su cuerpo y su mente ya no rinden lo suficiente. Se toma un café y busca un vuelo barato para volver a casa. Tres horas después se embarca en un avión. Al despegar revisa las últimas fotografías de su cámara. Sonríe al ver a una niña riendo mientras sube en su primera escalera mecánica con su madre de la mano.