Entre la expectativa económica y la desesperanza política
Por Maye Primera
No se les había preguntado a los cubanos, tras el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos y en una encuesta independiente de magnitud nacional, su opinión acerca de los asuntos políticos y económicos que han marcado su vida como individuos y como nación: el embargo, el Estado socialista, su valoración del futuro y de los líderes que podrían condicionarlo.
En marzo de 2015, la firma estadounidense Bendixen&Amandi llevó a cabo el primer estudio de esta naturaleza en las calles de la isla entera. En un lapso de 10 días, consultaron lo mismo a 1,200 cubanos de 14 provincias.
“¿Usted siempre expresa libremente sus ideas o a veces siente que no debe hacerlo?” fue una de las interrogantes. “A veces siente que no debe hacerlo”, respondió el 75%. Y sin embargo, salvo tres excepciones, ninguno dejó de responder.
El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, anunciado el 17 de diciembre de 2014 por los presidentes de ambos países, ha pintado un nuevo horizonte para los cubanos, donde la expectativa económica y la desesperanza política frente al futuro comparten paisaje.
Un 96% de los isleños se manifiesta a favor del levantamiento del embargo comercial y financiero impuesto por Estados Unidos en la década de 1960. El “bloqueo”, como lo llamó Fidel Castro desde entonces, tenía por objetivo desmoronar el piso económico del régimen. Pero en última instancia, facilitó a los hermanos Castro el establecimiento de un modelo soviético y durante más de medio siglo aisló al país del resto del hemisferio occidental.
“¿Qué hacer ante los que quieren, a fuerza de privaciones, a fuerza de agresiones y a fuerza de bloqueos, rendir a la patria?”, preguntó Fidel a la multitud reunida en la Plaza de la Revolución el 4 de febrero de 1962, tras la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos y el recrudecimiento de las sanciones contra La Habana por parte del presidente John F. Kennedy.
“Pues, sencillamente, hay que trabajar más; (…) triplicar el esfuerzo para extraer el máximo de nuestra riqueza con lo que tenemos (…), para ir resistiendo el bloqueo en estos meses, y quizás años largos de lucha y de sacrificios que el imperialismo nos impone. (…) No importa que aquí no vengan automóviles en muchos años; no importa, incluso, que muchos objetos de lujo no vengan a Cuba en muchos años. ¡No importa, si ese es el precio de la libertad!”, se respondió Fidel a sí mismo.
Lo que vino después fue la instauración de un modelo económico centralista, de espaldas al mercado, que promovía el igualitarismo y la colectivización de los medios de producción. También el establecimiento de metas absurdas, inflamadas por la propaganda, -producir “10 millones de toneladas de azúcar”, forjar “un hombre nuevo”- que acabaron en fracaso. Pero aún en este contexto, hay matices.
Economía de sobrevivencia
Hoy en día, el 79% de los cubanos rechaza el sistema económico que impera en la isla y el 64% considera que el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos ayudará a cambiarlo. Sin embargo, solo el 37% de los encuestados cree que esto pueda redundar en la transformación del sistema político. Un 62% piensa que el Gobierno de Cuba no estará dispuesto a permitir que haya nuevos partidos, aún a pesar de que el 52% considera que deben existir otras organizaciones distintas al Partido Comunista de Cuba, al que el 58% valora negativamente y que gobierna con mano de hierro desde su fundación, en 1965.
La esperanza inmediata de los cubanos es que la normalización del intercambio con Estados Unidos traiga consigo comida, casas y medicinas: más y mejores supermercados (43%), viviendas (41%) y farmacias (40%). Y el sueño de muchos para el próximo lustro es poder viajar fuera de Cuba (64%), establecer su propio negocio (37%), abrir una cuenta bancaria (36%) y comprar un coche (34%) o algún electrodoméstico (34%).
Hacer realidad estas pequeñas metas representa un reto enorme, aún en el contexto de las tímidas reformas económicas emprendidas por Raúl Castro desde 2006, cuando la enfermedad obligó a Fidel Castro a dejar el poder en sus manos.
Desde entonces, el gobierno revolucionario ha permitido a los cubanos comprar y vender vehículos e inmuebles, a precios más altos pero libremente; viajar fuera de la isla hasta por dos años, sin perder los beneficios de la ciudadanía; y trabajar por cuenta propia, solo en las actividades permitidas por el Estado. También ha prometido eliminar paulatinamente la dualidad monetaria entre el peso cubano y el peso convertible.
El sueño americano
Aunque lentos y parciales, estos cambios al sistema económico y social han ido modificando por cuentagotas la vida cotidiana de los cubanos. Pero no han sido incentivo suficiente para frenar su deseo de emigrar en busca de una mejor calidad de vida.
Aún a pesar de que el 73% de los cubanos se declara optimista ante el futuro, el 55% desea marcharse a otro país; en el caso de los jóvenes de entre 18 y 34 años, esta última cifra se dispara al 69%. Y de todos ellos, el 52% no quiere irse a otro lugar que a Estados Unidos, adonde ya han emigrado los hermanos, hijos, padres y amigos del 56% de los encuestados.
Uno de los argumentos empleados por el gobierno cubano para impedir que sus ciudadanos viajaran al extranjero durante medio siglo fue el de evitar una masiva fuga de cerebros. Pero su temor no se ha materializado, aún después de que el 14 de enero de 2013 entró en vigor la reforma migratoria que permite a los cubanos salir del país, previa autorización gubernamental.
De acuerdo con cifras oficiales, solo durante 2013 más de 180,000 cubanos salieron de la isla, la mayoría hacia Estados Unidos, México y España, y algunos de ellos en más de una ocasión. Según la dirección cubana de Inmigración y Extranjería, unos 3,500 cubanos de la diáspora también han regresado para quedarse. Pero aún se mantienen las restricciones para que el sector más beligerante del exilio pueda regresar a su país natal, al menos de visita.
Más allá de la retórica política y de la vigencia del embargo, el apoyo de la diáspora cubana ha sido vital para la sobrevivencia dentro de la isla. Un tercio de la población (34%) dice vivir de las remesas que envían sus familiares en el exilio. El grueso de este dinero proviene de Estados Unidos y el 94% de quienes lo reciben lo utilizan para pagar gastos corrientes de comida y vivienda.
En el último lustro, el exilio cubano en Estados Unidos ha aportado más dinero líquido a la economía cubana que la industria del azúcar y del turismo juntas. De acuerdo con una encuesta realizada entre los expatriados por la empresa The Havana Consulting Group, con sede en Miami, las remesas enviadas a la isla sumaron una cifra récord de 2,605 millones de dólares en 2012, luego de que el presidente Barack Obama autorizara los viajes de cubanos en calidad de turistas y el envío de paquetes desde Estados Unidos.
Todo indica que este monto seguirá multiplicándose, especialmente desde que el Departamento del Tesoro anunció la relajación del bloqueo económico, el 15 de enero de este año, con el aumento de los límites de envío de remesas a 2,000 dólares por trimestre, en tanto se facilitan las actividades de nuevos operadores financieros. Adicionalmente, los estadounidenses con autorización para viajar a Cuba podrán llevar consigo hasta 10,000 dólares en remesas familiares o en donaciones para organizaciones religiosas o educativas.
Entre Fidel y Raúl, prefieren a Obama y al Papa
En este contexto político y económico, la popularidad de los líderes históricos de la revolución sigue siendo alta, si le compara con la de otros presidentes latinoamericanos electos por voto popular. Fidel Castro es percibido de manera positiva por el 44% de los cubanos y su hermano Raúl, por el 47%. En este punto vale acotar que el 30% de los encuestados trabaja para la administración pública.
Mientras tanto, el presidente Barack Obama y el papa Francisco duplican la aceptación de Fidel y Raúl, cada uno con 80% de opiniones positivas, luego de que ambas figuras hicieron posible el restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
En el caso del Papa, las simpatías que despierta entre los cubanos van más allá de la fe, pues 44% de los encuestados no practica ninguna religión y solo el 27% de ellos se declara católico. La Iglesia cubana, percibida de manera positiva por el 70%, pidió al gobierno cubano en septiembre de 2013 que complemente las reformas económicas adelantadas por Raúl Castro con la apertura del sistema político y el reconocimiento de la disidencia. Esta ha sido la declaración política más directa que ha emitido la jerarquía católica cubana en los últimos 20 años, desde la publicación en 1993 de la carta pastoral titulada “El amor todo lo espera”, que contenía un análisis crítico de la crisis económica, social y política tras la caída del bloque socialista.
Facebook, para hablar con el mundo
El acceso a libre a la tecnología para las comunicaciones es otra aspiración postergada de los cubanos. La tasa de conectividad de la isla, donde no está permitido el acceso libre a Internet, es de 3%, la más baja de América Latina. Sin embargo, el 16% de los cubanos encuestados afirma tener acceso a la red.
La mayoría de ellos (43%) se conecta a través de los centros de comunicaciones gestionados por la estatal Empresa de Telecomunicaciones de Cuba (Etecsa), que ofrecen un servicio limitado a precios inaccesibles para la mayoría. Una hora de navegación tiene un costo de 4,5 pesos convertibles (CUC), que equivalen a 4,5 dólares y a más de una semana de salario para un trabajador promedio. Mientras, un 34% se conecta de sus oficinas, lo cual solo es posible para quienes trabajan en la administración o en compañías extranjeras.
La red social favorita del 91% de estos internautas es Facebook, una plataforma que el 77% emplea para comunicarse con el exterior. Solo un 1% del universo total de encuestados utiliza Internet como fuente de información. Mientras, el 3% emplea el “paquete semanal”: un disco duro externo que contiene capítulos de las telenovelas, series televisivas, música, estrenos de Hollywood y que circula semanalmente, de casa en casa, a un costo de un dólar por cada alquiler.