Noche negra

Los alumnos de Ayotzinapa no salen de su asombro. Nunca imaginaron que los policías municipales, con los que tenían trato habitual, pudieran convertirse en sus victimarios.

Por: María Arce, UnivisionNoticias.com

#Ayotzinapa6

La masacre narrada por los sobrevivientes

Uriel Alonso se levantó temprano el 26 de septiembre de 2014. Su día despuntaba con ser uno más. Las clases de siempre con sus compañeros de siempre en la escuela de siempre: la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa.

 

No hubo grandes novedades hasta el atardecer. Tras terminar las clases de segundo año, Uriel, junto a Ángel Neri, otro alumno, se reunieron con unos 80 estudiantes. Eran las seis de la tarde. Hacía varios días que habían tomado dos autobuses en Chilpancingo, en el centro del Estado de Guerrero. La toma de buses es una práctica para ellos común. Durante varios días utilizan los vehículos de pasajeros para movilizarse y luego los regresan a sus dueños. Las empresas se los entregan para evitar incidentes, con la promesa de que los devolverán en buen estado.

 

“Ibamos a ir a Iguala por unas unidades ya que iniciaban nuestras prácticas docentes. Necesitábamos dos autobuses”, recuerda Uriel.

 

Los 80 estudiantes se subieron a dos autobuses que ya tenían y salieron para Iguala, ubicada a unas 160 millas -unos 260 kilómetros- de Ayotzinapa. “Llegamos aproximadamente a las 8 de la noche. Nos detuvimos en Huitzuco a esperar” y a “hacer una actividad de boteo”, como le dicen cada vez que salen a pedir dinero a las calles. Poco después se dirigieron a la central de autobuses y tomaron dos unidades de la línea Costa Line.

 

Salieron con los vehículos y buscaron la avenida Periférico Norte que los llevaría de regreso a Ayotzinapa. Pero algo cambió. Los policías municipales, que solían custodiar su salida para evitar incidentes, esta vez, los persiguieron.

 

“Avanzamos un buen tramo y cuando me di cuenta de que nos venían siguiendo los policías municipales, les dije a mis compañeros. No se espanten. Seguramente ahorita como siempre van a abrir el diálogo con nosotros. Nos bajamos, alzamos la mano. Y nos empiezan a dar balazos”, recuerda Uriel. La pesadilla estaba en marcha.

 

 

Los alumnos subieron de nuevo a los buses y comenzaron a escapar. “Nunca nos habían hecho eso. Eran disparos directamente a nosotros”, asegura.

 

El conductor del bus no se detuvo hasta que una patrulla los encerró al llegar a la Avenida Periférico. “La iba manejando una mujer”, dice Uriel que se bajó con sus compañeros a responder el ataque.

 

“Agarramos piedras y se las aventamos a los policías”, agrega Ángel Neri, otro de los sobrevivientes de Iguala. Creían que los balazos eran al aire. Hasta que los sintieron muy cerca y tuvieron que refugiarse entre los autobuses. No podían ver demasiado. Los disparos no cesaban. Una bala pasó muy de cerca de Uriel. Entonces se dio cuenta de lo peor: uno de sus compañeros había caído.

 

“Ahí es donde le dan al compañero Aldo en la cabeza. Y cae detrás de la patrulla”. Aldo es Aldo Gutiérrez Solano del municipio Ayutla de los Libres. Desde ese entonces, está en estado vegetativo.

 

Los alumnos comenzaron a gritarles a los policías “que no dispararan”. “Habían baleado a nuestro compañero y nosotros pensábamos que ya estaba muerto porque ya no se movía”, dice Uriel. La lluvia de balas no paraba, según los estudiantes.

 

“Llamamos a la ambulancia y tampoco nos daba ninguna respuesta”, cuenta y asegura que le preguntaban para qué la querían, qué iban a hacer con ella. Al parecer, los operadores de la radio no les creían a los alumnos. “Tuve que llamarle a un familiar y la mandó de inmediato”, agrega. Los paramédicos finalmente llegaron como pudieron, se llevaron a Aldo y la violencia siguió.

 

Los alumnos, que estaban escondidos entre o debajo de los buses, vieron cómo los policías capturaban a sus compañeros. “Los tenían boca abajo en el piso”, recuerda Uriel.

 

Pensaron que podían negociar con los policías, pero al ver sus armas largas entendieron que no iban a eso. “Nos hablaban de una manera bien ofensiva. Morite hijo de tu… madre ahorita vamos a venir por ustedes”, agrega.

 

De pronto, se hizo silencio en la noche. Uriel y Ángel seguían protegidos entre los autobuses. Aterrorizados, alcanzaron a ver cómo los policías municipales se llevaban a la mayoría de sus compañeros.

 

“Creíamos que nos iban a matar a todos”, dijo Uriel, que fue entrevistado en varias ocasiones para reconstruir la masacre. Ángel, que desde su trinchera veía la misma escena pero unos pasos más adelante, quiso ayudar a los detenidos pero el miedo lo detuvo.

 

“Si nos acercábamos nos empezaban a disparar”, señala Ángel. Se puso más nervioso cuando uno de sus compañeros de primer año, con problemas pulmonares, se empezó a ahogar y tuvieron que llamar a otra ambulancia que nunca llegó alertada por la balacera. Al muchacho se los terminaron llevando los policías.

 

Mientras, Uriel permanecía al lado de otros 25 estudiantes. Juntos se habían refugiado de los ataques y eso les había salvado la vida. Las patrullas se marcharon con los detenidos a bordo.

 

Cuando Ángel y Uriel creían que todo había acabado, salieron de su escondite y se comunicaron con sus familiares, maestros y hasta con la Policía Federal.

 

 

No saben cuánto tiempo duró la balacera. Algunos hablan de media hora. Otros, de una. A todos les pareció una eternidad. En el pavimento se veían decenas de casquillos, algunos habían sido recogidos por los policías municipales en medio de la balacera, cuentan los estudiantes.

 

“Todos los policías se fueron. Teníamos miedo de que fuera una emboscada o algo por el estilo. Optamos por quedarnos ahí hasta que llegaran otros compañeros. Empezamos a poner piedras donde había casquillos para que la evidencia quedara hasta que llegaran los del Ministerio Público. Improvisamos un arco con piedras para acordonar la zona y que no intentaran mover nada de ahí”, dice Ángel.

 

En ese momento Ángel decidió hacer un recorrido para ver el estado de los otros dos autobuses que quedaron en fila atrás de donde él estaba. “Cuando llegamos al tercero nos quedamos impactados. A ellos le dieron más gacho (feo). Todo el autobús estaba bien balaceado. Las balas destrozaron los parabrisas, las llantas también estaban llenas de balas. Adentro de la unidad había sangre por todos lados”, describe alterado.

 

Así, cayó la medianoche. Algunos vecinos se habían acercado. Incluso, también habían llegado algunos padres que vivían cerca. Y cuando creían que ya no había peligro, otra balacera los sorprendió. No sabían de dónde los atacaban. Las balas venían de todas partes. Sólo les quedaba escapar.

 

“Ahí era correr o morir. Si no corrías, te mataban”, explica Urial. Tres estudiantes y otras tres personas que pasaban por el lugar fallecieron. Un total de 25 alumnos resultaron heridos.

 

Uriel se refugió a dos cuadras de ahí: “Era un terreno baldío, montoso”. Iba con cinco compañeros de primer año. “Ahí nos mantuvimos más de seis horas escondidos. Estaba lloviendo y llamamos para que nos vinieran a recoger”, cuenta. Según el sitio de meteorología Accuweather, esa noche estaba pronosticado que cayeran entre seis y nueve milímetros de lluvia.

 

Uriel logró ver que los atacantes se movían en “camionetas y carros particulares. Hombres vestidos de negro y encapuchados. Eran muchos”. Sobre si sabe quiénes eran, la primera vez que se lo entrevistó Uriel prefirió guardar silencio. Tras meses de investigación oficial, la Procuraduría General de la República (PGR) cree que podrían haber sido policías municipales o miembros del grupo criminal Guerreros Unidos.

 

La suerte de Ángel fue distinta cuando ocurrió el segundo tiroteo, él estaba haciendo una llamada telefónica: “A un compañero le dieron en la boca. Lo cargamos y lo llevamos a una clínica pero las enfermeras nos cerraron la puerta porque no había médicos y no querían tener problemas”, recuerda.

 

Unos minutos después, llegaron los militares al pequeño hospital, los dejaron entrar y les pidieron ayuda para el compañero herido. Los soldados irónicamente respondieron: “Así como tienen huevos para hacer sus desmadres, tengan huevos para enfrentarlos”, sostiene Ángel.

 

Así pasaron las horas hasta que amaneció. En cuanto Ángel salió de la clínica, se escondió en la casa de una mujer a la que llaman “tía”. Había otros 20 compañeros en el lugar. Uriel vio la luz del día desde la calle. Al hacer una ronda por los alrededores se dieron cuenta de que había muchas patrullas. Los sobrevivientes comenzaron a hablar con medios locales que llegaron al lugar del ataque. Sus compañeros, que habían sido alertados por teléfono, también aparecieron acompañados por policías ministeriales.

 

“Llegaron a las 5.30. Empezamos a juntar a todos los grupitos que se habían escondido por ahí cerca. Pasamos por donde habían ocurrido los hechos y había muchos militares. Ya estaban los del SEMEFO (Servicio Médico Forense) ahí. Y vimos los cuerpos de nuestros compañeros tirados”, dice Uriel que fue trasladado a la Fiscalía de Iguala juntos con otros sobrevivientes. Pasaron todo el sábado allí declarando “hasta la tarde”. Y reconocieron a 22 policías que participaron del ataque.

 

“Teníamos miedo, pedimos que nos resguardaran porque pensábamos que si nos íbamos en un autobús nos iban a volver a agarrar y a volver a matar”, confiesa Uriel.

 

Los alumnos hicieron un recuento y en un primer momento se habló de 57 desaparecidos. Pero más tarde, localizaron a 14 de sus compañeros. De los otros 43 no lograron averiguar nada.

 

A seis meses de la masacre, los alumnos no salen de su asombro. Nunca imaginaron que policías municipales, con los que tenían trato habitual, pudieran responder así. “Uno se lo esperaba de los (policías) federales, de los estatales, pero no de los municipales”, asegura Uriel, que sigue sin poder creer que salió con vida de aquella noche: “Nunca abrieron el diálogo los policías, primero fueron las balas”.

 

*En la redacción de este artículo participaron Luz Adriana Santacruz y Paola Ortiz.

 

Los protagonistas

Son muchas las personas que intervinieron o se vieron afectadas por los hechos del 26 de septiembre de 2014 en Iguala, México, y en todo lo relacionado con la investigación posterior. Estos son los principales.

  • Los estudiantes

    La Escuela Normal Rural Raúl de Ayotzinapa tiene 570 Alumnos.
  • Policias de Iguala y Cocula

    Unas 10 patrullas policiacas de Iguala
  • El alcalde de Iguala

    José Luis Abarca Velázquez
  • La esposa del alcalde

    María de los Ángeles Pineda Villa
  • Guerreros Unidos

    Es un grupo criminal que nació del cartel de los Beltrán Leyva
  • El gobernador de Guerrero

    Ángel Aguirre Rivero
  • El Procurador General

    Jesús Murillo Karam
  • Equipo Argentino de Antropología forense

    Expertos forenses
  • El Presidente de México

    Enrique Peña Nieto
  • Los muertos del 26

    El día del ataque de los policias murieron 6 personas