Las escuelas
Las Escuelas Normales Rurales nacieron tras la Revolución mexicana de 1910 y han conservado desde entonces el espíritu rebelde y combativo que les dieron sus fundadores.
Por: María Arce, UnivisionNoticias.com
#Ayotzinapa6La piedra en el zapato del Estado mexicano
La trágica desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa hace ahora seis meses –en un hecho en el que seis personas más perdieron la vida y 25 resultaron heridas–, hay que ubicarla en el contexto de las escuelas rurales y el papel de conciencia social que han jugado sus estudiantes a lo largo de los años.
Hijas de la Revolución mexicana de 1910 y de la reforma agraria, tras un pasado de gloria y expansión hoy las escuelas rurales resisten como pueden el embate de la modernidad y de las diferentes administraciones que han intentado cerrarlas masivamente desde la década del 90.
Su pasado de gloria comenzó mientras la Revolución mexicana se afianzaba tras el derrocamiento del dictador Porfirio Díaz, las tierras se repartían y la reforma agraria se abría paso en México. Las escuelas rurales se ganaron un espacio privilegiado en el sistema educativo del país en 1922 bajo el impulso del “Maestro de América”, José Vasconcelos, quien creía en la educación pública como herramienta liberadora y transformadora de la sociedad. Sobre todo, de los más pobres.
“La escuela rural mexicana nace para servir a los grandes y pequeños grupos tradicionalmente marginados para elevarlos de planos inferiores de vida a planos cada vez más elevados”, dicen documentos personales del maestro Raúl Isidro Burgos, el fundador de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.
Lo habían nombrado director de una escuela rural en Tixtla en 1926. Pero la entidad no tenía edificio propio ni fondos. Sin embargo, la falta de recursos no lo amedrentó. Pidió un préstamo personal a la Dirección de Pensiones Civiles de Retiro y donó el dinero para construir el edificio.
Otros maestros y alumnos también aportaron parte de sus sueldos y becas. A la escuela, la levantaron entre todos sobre un predio de siete hectáreas donado. El 30 de marzo de 1933 pusieron la primera piedra. Nacía Ayotzinapa que quiere decir “tierra de tortugas” en náhuatl.
Burgos “era una persona que decía que para realmente liberar al pueblo hay que educarlo, hay que enseñarle a leer y analizar las cosas que el gobierno hace”, explica Ernesto, maestro egresado de Ayotzinapa y quien pide no revelar su apellido por temor a represalias.
“La consigna es no solamente velar por las cuestiones académicas, aprender a leer y a escribir, sino también ayudar a tener conciencia, a analizar, a pensar, a buscar lo mejor no solo para uno, sino para la sociedad”, agrega Ernesto.
Con el tiempo, las escuelas se transformaron en internados donde los alumnos, la mayoría hijos de campesinos pobres, se preparaban para convertirse en nuevos maestros. Las aulas hicieron lugar a dormitorios y se levantaron talleres para diversos oficios, comedores, establos para animales y huertos para cultivos.
Las becas que recibían los alumnos eran fundamentales para los hijos de los campesinos que encontraron en estas instituciones su única opción para instruirse. Así, egresaron maestros especializados en carpintería, talabartería, ganadería y agricultura, con una fuerte formación política, muchos de ellos, bilingües.
Que los docentes sean bilingües significa que además del castellano, “hablan algún dialecto, alguna lengua original del Estado de Guerrero o de otros Estados del país”, explica Eric Rodríguez Ortiz, alumno de segundo año de Ayotzinapa. Náhuatl, maya, mixteco, tzeltal y zapoteco son las más habladas.
“Los principales pilares (de estas escuelas) son la igualdad social, el respeto y amor hacia tu país, la búsqueda constante de lo mejor para la localidad en la que estemos en servicio”, señala Ernesto.
Casi 90 años después, las escuelas rurales que quedan en pie siguen siendo la única opción para cientos de hijos de campesinos que cada año pelean porque el Estado mexicano mantenga abierta las plazas para poder ingresar en estas instituciones.
Las 17 escuelas rurales que aún están abiertas mantienen el mismo espíritu y funcionamiento de hace casi un siglo. El director hace las veces de padre de los alumnos, mientras que los maestros se convierten en hermanos mayores que cuidan a los más chicos.
Con un plantel que puede superar los 500 alumnos internados, la autodisciplina es un pilar fundamental de las escuelas rurales, que han adoptado una forma de autogobierno con convivencia democrática que garantiza que la toma de decisiones respete el deseo de la mayoría.
Con la llegada de Manuel Ávila Camacho a la presidencia mexicana en diciembre de 1940 el modelo socialista fue olvidado y las ideas comunistas, enterradas. Alumnos de las escuelas rurales fueron perseguidos bajo el argumento de que eran agitadores sociales.
Sobre 1945, con la Segunda Guerra Mundial terminada y la Guerra Fría a la vuelta de la esquina, la ideología marxista leninista de las escuelas rurales se transformó en un dolor de cabeza para México. Cada vez con más intensidad, los diferentes gobiernos les fueron recortando presupuesto, ahogándolas en la pobreza contra la que luchaban.
Gustavo Díaz Ordaz (presidente de México entre 1964 y 1970) ordenó cerrar 14 escuelas. Acusó a los alumnos de ser parte de la subversión comunista estudiantil de 1968, que terminó con la llamada “Matanza de Tlatelolco”, el 2 de octubre de ese año, en donde murieron entre 50 y 300 personas según quien brinde las cifras.
Durante la década de 1970 se mantuvo el clima de persecución y represión contra las escuelas por sus vínculos con movimientos políticos subversivos y guerrilleros, como los liderados por Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, que habían sido líderes estudiantiles.
La guerrilla de Cabañas es conocida, entre otros motivos, por el secuestro del senador mexicano Rubén Figueroa en plena campaña electoral por la gobernación de Guerrero, en mayo de 1974. Cabañas fue abatido en un enfrentamiento en diciembre de ese mismo año.
UnivisionNoticias.com entrevistó a Vicente Estrada Vega uno de los amigos del guerrillero en Ayotzinapa. “En ese entonces nosotros (por él y Lucio) no sabíamos hasta dónde íbamos a llegar. Nosotros teníamos una relación propia por nuestro origen. Él era de origen campesino y cuando llegó aquí ya había sido peón. Y yo venía más bien de un medio un poquito más urbano aunque soy de origen campesino. Pero yo ya había sido obrero. A los 15 o 16 años yo ya trabajaba en la fábrica”, repasa Vicente sobre su vida y la de Lucio Cabañas, maestro rural, líder estudiante y jefe del grupo armado Partido de los Pobres.
El legado de Cabañas -la lucha por mejorar las condiciones de vida de los campesinos- se respira en los pasillos de Ayoztinapa. Los alumnos lo veneran y evocan en murales. Su militancia se basa en muchos de sus principios: terminar con la opresión y la miseria rural.
Durante los años 80 y 90, la persecución siguió. El impulso privatizador que se apoderó de la economía de la región llegó a México y con él, los intentos por cerrar masivamente estas entidades.
“El argumento que manejan los secretarios de Educación es que las normales rurales ya no tienen sentido de ser. Para ellos, México ha llegado a un modernismo que ya no necesita de docentes rurales. Pero hay lugares aquí en Guerrero en La Montaña, de los más pobres de toda Latinoamérica, que no tienen maestros. El hecho de que digan que México ya se transformó y ya no es un país rural es mentira”, señala Ernesto.
La historia de las escuelas
Ernesto, Maestro de Ayotzinapa
De las casi 40 escuelas rurales que llegaron a florecer en México, solo 17 se mantienen abiertas como tales. El resto fueron cerradas o transformadas. Se sostienen como pueden, sofocadas por una política de desdén y abandono.
Para Eric Rodríguez, los gobiernos han cerrado las escuelas rurales “porque no quieren formar docentes con conciencia, que hagan despertar la conciencia de la gente para que se unan. Eso molesta”.
Algunos de los edificios de las escuelas se encuentran en estado deplorable. En los cubículos donde viven los alumnos apenas entran dos camas y se vienen abajo. Algunos, ni siquiera tienen colchón para dormir. Los baños están dañados y faltan condiciones de higiene mínimas. Al menos, en Ayotzinapa. Lo único que reluce son los rostros y frases de los revolucionarios que los alumnos plasman cada año en las paredes de la escuela y que los pinta de cuerpo entero (ver la galería de murales).
Cada año, los estudiantes tienen que salir a manifestarse y reclamar al gobierno que abra las plazas para que ingresen nuevos estudiantes a las escuelas y, después, exigen los recursos para sostener y dar clases a esos estudiantes. Si no se abre la convocatoria, se declara desierta la escuela y en dos años puede cerrarse.
Los alumnos tienen fama de revoltosos. En algunas ocasiones, incluso, han llegado a tomar casetas de peaje y a quedarse con el dinero. O a tomar camiones de alimentos para repartir lo que “recaudan” entre los más necesitados de la comunidad. Robin Hood a la mexicana. “Somos la piedrita en el zapato del Estado. Somos la dignidad rebelde. Pues nosotros exigimos justicia. Y si para exigir justicia es necesario hacer movimientos, manifestaciones pues sí lo hacemos”, reconoce Eric.
El abandono del Estado no es el único peligro para estas escuelas. Ubicadas en poblaciones con altos niveles de pobreza, el crimen organizado –y en especial los narcotraficantes- han comenzado a acechar a los estudiantes para que se conviertan en sus distribuidores y a los maestros para recaudar dinero.
“Los sicarios llegaron y trataron de extorsionar a los maestros. A pedirles cuota (soborno). La policía comunitaria (formada por campesinos) intervino porque el municipio no hizo nada. La Policía Estatal, menos. Y dejó en claro la participación y complicidad entre las autoridades del municipio, del gobierno del Estado” y los narcos, dice Ernesto.
La escuela de Ayotzinapa quedó en medio de una espiral marcada por el abandono de las autoridades, el avance del crimen organizado y la complicidad de policías y funcionarios corruptos a los que en más de una ocasión los alumnos les habían plantado cara.
“Cada vez que hay un abuso, no solo hacia los estudiantes, hacia la sociedad, los campesinos, la Normal junto con otras organizaciones son las primeras y pocas en levantar la voz a favor del pueblo”, destaca Ernesto. Eso las ha granjeado enemistades poderosas.
Según la Procuraduría General de la República, 43 alumnos de la escuela fueron secuestrados y asesinados por policías de Iguala y Cocula, en complicidad con el grupo criminal Guerreros Unidos el 26 y 27 de septiembre de 2014.
“Todos los que andamos aquí tenemos miedo”, dice Ernesto, y asegura que sus compañeros han sufrido “persecuciones, intentos de intimidación, extorsión por parte del gobierno”. Incluso, dice que algunos de ellos fueron encarcelados injustamente y hasta torturados.
A pesar del oscuro panorama, Ernesto no pierde la esperanza de recuperar las escuelas rurales y la vida sana de antaño: “Jugar con el pueblo ya no es tan fácil. Ya hay mucha sociedad despierta, mucha gente que está dispuesta a arriesgar la integridad por recuperar ese México de cuando niños podías salir a la calle a jugar y ser felices”.
Escuelas Normales Rurales de México
De las casi 40 escuelas rurales que llegaron a florecer en México, solo 17 se mantienen abiertas como tales. Pase el cursos sobre los puntos de localización para ver los datos de las escuelas.