Por Mirna S. Couto
“Tengo que volver a empezar. Tengo que adaptar mi día a algo que esté relacionado con lo que a mí me gusta, con lo que yo sé hacer, con lo que mejor me resulta. Volver a empezar como una necesidad personal”. Así resume Mario Kreutzberger el reto que se autoimpuso tras el cierre de “Sábado Gigante”, el programa con el cual obtuvo -y seguramente mantendrá por mucho tiempo- el Record Guinness por transmisiones ininterrumpidas durante 53 años.
Con Sábado Gigante Kreutzberger convirtió en leyenda a Don Francisco, un animador querido y admirado por millones de seguidores. Uno de los personajes más populares de la televisión en América Latina y Estados Unidos. Pero Kreutzberger es mucho más que su personaje, y sus obras trascienden el pequeño espacio de una pantalla de televisión, como lo muestra el documental “El último gigante”, de Univision Noticias.
Con Sábado Gigante Kreutzberger convirtió en leyenda a Don Francisco, uno de los personajes más populares de la televisión en América Latina y Estados Unidos en el último medio siglo.
Para hacerlo, la cadena destinó un equipo dirigido por Daniel Coronell, vicepresidente ejecutivo y director de noticias de Univision. Con él estuvimos en varias ocasiones en Chile, el país natal de Kreutzberger, y acompañamos al popular animador a visitar algunos de los lugares que marcaron su vida, obras que florecieron gracias a su generosidad y personas que fueron tocadas por su mano mágica.
Uno de los lugares que recorrimos con Kreutzberger fue su viñedo, que sería el hogar soñado por miles de personas. Para él, es solo otra prueba superada. Cuando compró el terreno estaba abandonado, plagado de insectos, incultivable. Diez años de arduo trabajo, junto a un equipo de técnicos con quienes discutía a menudo, lograron casi un milagro.
“El campo este año dio unas 200,000 cajas de uvas. Todas exportables, se fueron todas a Estados Unidos. Allá la gente estará comiendo éstas uvas”, nos dijo con orgullo.
De forma simbólica, esas uvas podrían representar los frutos de su extraordinaria carrera. Cada meta alcanzada ha tenido un impacto directo, primero en su natal Chile, luego en Estados Unidos y después a nivel mundial. Es imposible calcular cuántas personas se han beneficiado con los proyectos desarrollados por este gigante de las comunicaciones. Comenzando por su obra más querida: La Teletón.
El 8 de diciembre de 1978, Mario Kreutzberger plantó una semilla que germinó en 16 naciones del continente americano, dando origen a ORITEL, la Organización Internacional de Teletones que él preside desde su fundación en 1998, y que atiende a miles de niños y jóvenes con discapacidad motora.
Lo acompañamos al Instituto Teletón en Santiago, donde su atención saltaba de un tema a otro. Se preocupó por el funcionamiento de los computadores, el progreso de los pequeños a quienes conocía, el aumento en los casos de jóvenes víctimas de armas de fuego, accidentes y otras condiciones, no congénitas, que requieren de una rehabilitación especial.
Destacó la abnegación de los doctores, especialistas y todo el personal a cargo del edificio. Mencionó las críticas que afronta el concepto Teletón en varios países, y cómo han ido creciendo los 14 institutos chilenos. Curiosamente, en ningún momento habló de su contribución al éxito de esta iniciativa. Recibió con humildad el agradecimiento de pacientes, familiares y funcionarios, minimizando la importancia de su aporte. Sin embargo, el brillo en su mirada delataba que ese es su mejor reconocimiento.
En ocasiones anteriores lo vimos aceptar la Estrella en el Paseo de Hollywood, la entrada al Salón de la Fama y decenas de homenajes internacionales más, que sin duda lo llenaron de orgullo. Pero ninguno dulcificó su rostro como estas sencillas demostraciones de afecto. Ese es el motor que lo impulsa a seguir usando la figura de “Don Francisco” para generar los recursos que la causa necesita y que han hecho la diferencia en la vida de muchas personas.
Una de ellas es José Emilio Muñoz, un hombre de 44 años a quien Mario conoció desde que llegó a Teletón, a los 10 años de edad. José Emilio nació con parálisis cerebral espástica y los médicos les dijeron que no sobreviviría. Pero ellos decidieron luchar por su bebé y su decisión coincidió, para fortuna del niño, con el nacimiento de Teletón.
Hoy José Emilio es Ingeniero Civil Informático, trabaja en la Lotería de Concepción y es experto en descubrir delitos cibernéticos. Aunque sigue recibiendo terapias es un hombre que lleva una vida normal. Habla con soltura, simpatía y conocimiento y se nota el respeto que siente por “Don Mario”. Los vimos conversar y no hubo tema tabú. Pasaron de los rigores que ha sufrido en su rehabilitación a los detalles de su vida romántica y el deseo de tener hijos.
Nos conmovió la interacción tan íntima y tan pública que lograron ante nuestras cámaras. José Emilio es también poeta y escritor, faceta que utiliza frecuentemente para defender a la organización Teletón, que ha pasado por fuertes altibajos en los últimos años. En uno de sus blogs respondió indignado a un informe de la ONU, que decía que la organización victimizaba a sus afiliados para hacerse propaganda. Su respuesta causó conmoción.
Hoy José Emilio Muñoz es Ingeniero Civil Informático, trabaja en la Lotería de Concepción y es experto en descubrir delitos cibernéticos. Sigue recibiendo terapias pero lleva una vida normal.
“La ONU nunca ha visitado un centro Teletón y que yo sepa nunca ha solucionado un problema. Haití sigue siendo un estado fallido, el hambre en Africa continúa, los DDHH se siguen violentando en muchas partes del mundo y las guerras no se detienen. Teletón me ha hecho 3 reportajes. Nunca me sentí ni victimizado, ni utilizado, ni sujeto de lástima. Gracias a ellos mi inclusión es total.
“Todos los que me conocen personalmente son testigos de eso. Muchas personas, después de la emisión de mis reportajes, me han expresado su agradecimiento por compartir mi testimonio, la manera en que mis palabras los motivaron a seguir luchando por cumplir sus sueños y que nada es imposible en la vida, mientras se tengan ganas de vivir. ¿Es eso inducir lástima, un menoscabo a mi persona, una vulneración a mi dignidad? Claramente, no”, escribió en su blog.
Claramente, José Emilio es un ejemplo de superación, y asegura una y otra vez que pudo desarrollar su potencial gracias a una idea de Mario Kreutzberger.
La conversación con José Emilio terminó con esa reiteración y Kreutzberger se alistó para seguir su ajetreada agenda, en la que prácticamente cada minuto está marcado con reuniones de trabajo. “Nos vemos mañana en el restaurante de Doña Tina” nos dijo al despedirnos. A ese punto, llevábamos cinco meses grabando el documental acerca de su vida y nos habíamos convertido casi en su sombra.
Al día siguiente fuimos a visitar una mujer menuda, analfabeta y millonaria: Agustina Gómez, propietaria de los conocidos restaurantes que llevan su nombre. Nos recibió con amabilidad, sin perder detalle de lo que sucedía a su alrededor. Se veía ansiosa por la llegada de Kreutzberger. Lo llamó su ángel, su patrono, el hombre que la ayudó a salir adelante cuando, por azares del destino, la encontró vendiendo pan, hace ya más de 30 años.
“Él pasaba por el Arrayán, con su esposa y Mandolino. Me pidió todos los panes que tenía, y me dijo que hiciera más, pero yo no tenía dinero para comprar más harina”. Kreutzberger le dio el dinero y le prometió regresar en un par de días con su equipo de televisión, para incluirla en su programa.
A los pocos minutos llegó Kreutzberger. Entre saludos y abrazos comentaron las novedades desde la última vez que se vieron. El animador preguntó por Martín, el niño haitiano que Doña Tina adoptó cuando su madre se lo dio a los tres días de nacido. A pesar de haber tenido nueve hijos dice que solo ahora conoce la dicha de ser madre. Se sentaron a conversar y les trajeron a la mesa los famosos panes. Una verdadera delicia creada por esta chef autodidacta que ya es un referente en la cocina criolla chilena.
Era fácil perderse en los vericuetos del animado relato. Esta es nuestra versión: se casó y compró junto a su marido el terreno donde establecieron el restaurante. Tuvo su primer hijo a los 18 años. Comenzó a vender pan porque no tenía cómo alimentar a los siete que ya habían nacido en la época en que conoció a Kreutzberger. El reportaje de Sábado Gigante hizo que llegaran cientos de comensales y el negocio comenzó a crecer. Cuando todo iba mejorando, fue víctima de una estafa y la mandaron a la cárcel. Salió un año después, sin un centavo pero dueña de un terreno que se había cotizado como área de lujo, en la entrada del elegante complejo donde reside actualmente Kreutzberger. Él la invitó otra vez al programa y ella se levantó con más fuerza y mayor agradecimiento.
Años después tuvo dificultades con su esposo y se mudó a Miami como cocinera de una familia adinerada. Una noche le pidieron que fuera al comedor a saludar a un invitado especial y se encontró cara a cara con el popular animador. Con su apoyo, y siguiendo sus consejos, regresó a Chile, recibió al esposo descarriado y después de que este murió ella se dedicó en cuerpo y alma a su trabajo.
Aquí viene la moraleja del cuento: Ella habría podido vender el terreno en cualquiera de esos momentos en que enfrentó a la adversidad y hacerse rica de golpe, pero eligió luchar por su sueño. Sacrificó las comodidades básicas. Sus sábanas eran sacos de harina, porque ahorraba todo lo posible para comprar manteles de brocado -un tejido muy fino- para su restaurante. Atender bien a su clientela y quedarse en el lugar que construyó con su familia es lo que la hace feliz. Así de simple.
Saber escuchar y mantener viva la capacidad de asombro luego de unas 150,000 entrevistas parece imposible, pero Mario Kreutzberger lo logra (o nos envuelve fácilmente en esa ilusión).
Mientras culminaba su relato, Kreutzberger la miraba con admiración. Conocía la historia, pero disfrutó al compartirla con nosotros y hacer lo que más le gusta: convertir lo ordinario en extraordinario. Saber escuchar y mantener viva la capacidad de asombro luego de unas 150,000 entrevistas parece imposible, pero él lo logra (o nos envuelve en esa ilusión).
Nuevamente se despidió sin mayor ceremonia y mencionó varios pendientes. Una vez más su agilidad mental le ganó a la de su cuerpo, próximo a cumplir 75 años. Se levantó, listo para seguir con su menú de compromisos.
Otro de los encuentros al que lo acompañamos fue en casa de un periodista torturado durante la dictadura militar de Augusto Pinochet. Como los anteriores, Alberto “El Gato” Gamboa es un personaje de novela. A sus 93 años aún se distingue la mirada atractiva y penetrante que le valió el seductor apodo.
Fuimos a visitarlo, como ya imaginan, porque este hombre también fue tocado por la mano mágica de Kreutzberger. Era Director del diario “Clarín”, había sido detenido por el régimen y sus captores lo llevaban a Chacabuco, una antigua salitrera que se convirtió en campo de detención y ejecución de prisioneros de 1973 a 1975.
“El Gato” iba amarrado en la parte de atrás de un “pick-up” cuando Mario -que estaba vendiendo ropa de la fábrica de confecciones de su padre- lo vió y les preguntó a los oficiales por qué lo tenían en esas condiciones.
Así lo narró “El Gato” en sus memorias:
“Todavía no puedo entender cómo Don Francisco resultó tan convincente, para que uno de ellos me soltara las amarras. Me ofreció un sandwich, se lo agradecí, pero no acepté.
Durante esos cortos minutos fui otra vez un hombre normal, al lado de otro hombre excepcional, que me rodeó de cariño y de ternura”.
Cariño y ternura no son las primeras palabras que vienen a la mente al ver a Kreutzberger. Es un hombre macizo, adusto, con un humor seco, que en sus inicios recibió críticas por ofrecer “entretención de circo”. Indudablemente se ha superado, y al igual que estos personajes, en quienes dejó una huella indeleble, no se ha dejado vencer por las adversidades. Ha convertido sus defectos en fortalezas, a tal punto que muchos piensan que podría aspirar a la presidencia de su país.
Él, siempre esquivando halagos, dice que la popularidad no debe confundirse con la preparación. Prefiere usar su influencia para apoyar obras sociales y para deleitarse con estos “pequeños espacios” como llama a los sitios en los que puede liberarse de la presión que le impone “Don Francisco”.
En busca de esos espacios, se aventuró a iniciar un nuevo proyecto con su nieto mayor, el cineasta Ilan Numhauser. Juntos viajan a poblados que el animador visitó hace más de 30 años. Con un Ipad en la mano -para proyectar las viejas imágenes-, van preguntando por las personas y lugares que conoció en esa época. Cuando encuentran algo interesante se detienen y graban. El resultado es un programa con la frescura de la generación de los nativos digitales y la sabiduría de quien ha vivido suficiente para darle sentido completo a la frase “Hay que volver a empezar”.