1 Un río en la frontera
Por Clemente Álvarez y Nacho Corbella
Los ríos suelen terminar en el mar, el Colorado muere en una frontera. Todo un caso excepcional en el mundo. Para ver el final del más hispano de los ríos de Estados Unidos, hay que ir a la presa Morelos, en las desérticas tierras de la Baja California, en México. Aquí acaba hoy en día el gran Colorado, frente a 20 compuertas rojas, todas ellas cerradas. Esta es la primera parada del recorrido de Univision Planeta por dos países y siete estados (Baja California, Sonora, Arizona, California, Nevada, Utah y Colorado) remontando el que aparece, año tras año, en la lista de los ríos más amenazados de Estados Unidos.
Aunque los libros dicen que su curso principal recorre 1,450 millas, desde las Montañas Rocosas, en EEUU, hasta el Golfo de California, en México, lo cierto es que se corta unas 100 millas antes. Más a menos por ahí, en un puesto callejero de tacos y burritos del pueblo fronterizo de Los Algodones, nos encontramos con Osvel Hinojosa, el biólogo mexicano con el que vamos a ir tras el río.
El río no llega al mar porque antes ya se ha repartido toda su agua. “Se les olvidó dejar algo para la naturaleza”, incide Hinojosa, cuyas pisadas van quedando marcadas en la arena del cauce seco.
Por el camino esta agua pudo hacer gritar de excitación a algún turista por los rápidos del Gran Cañón, pasar por el cuerpo de un jugador con resaca de Las Vegas o haberse filtrado de alguno de los muchos campos agrícolas en los que se ganan la vida inmigrantes latinos. Hasta que el Colorado cruza la frontera de México y llega a Morelos, la última de las 14 represas de su curso principal, aparte de cientos más en corrientes secundarias de la cuenca. Aquí es donde Estados Unidos entrega a este país su parte de río, de acuerdo al Tratado de Aguas Internacionales de 1944. “Llega exactamente la cantidad convenida”, comenta Hinojosa, director de Agua y Humedales de la organización conservacionista Pronatura Noroeste. “En el Colorado, cada gota tiene dueño”.
El río no llega al mar porque antes ya se ha repartido toda su agua. Dentro de Estados Unidos, se distribuye primero entre Colorado, Nuevo México, Utah, Wyoming, Nevada, Arizona y sur de California; unos territorios con un 26.4% de población hispana de media. A México le tocan 1.5 millones de acre pies* de agua al año (el equivalente a unos 92 millones de camiones cisterna), que tal cual van llegando a Morelos son desviados en su totalidad a un canal de hormigón para regar ahora los campos agrícolas de Baja California y Sonora, además de dar de beber a ciudades como Mexicali o Tijuana. No sobra nada para el río. “Se les olvidó dejar algo para la naturaleza”, incide Hinojosa, cuyas pisadas van quedando marcadas en la arena del cauce seco, al otro lado de las compuertas de Morelos.
Seguir el agua del Colorado es como meterse en un laberinto de fontanería. Esta viaja mucho más que las 1,350 millas del curso principal del río, saliendo y entrando varias veces por un complejo sistema de represas, tuberías, canales, filtraciones subterráneas… Como a muchos inmigrantes que cruzaron la frontera hacia el norte, se hace trabajar muy duro a cada gota, hasta que el río se queda sin ninguna.
La siguiente vez que la vemos aparecer es al final de unos tubos de riego de una plantación de álamos y sauces, en el área de restauración de la colonia Miguel Alemán, cerca de San Luis de Río Colorado. “Esta parte era antes un meandro, por aquí corría el río y veníamos a pescar”, cuenta Héctor Patiño, al frente de una cuadrilla de mujeres que en el mismo sitio remueve ahora tierra polvorienta, bajo el sol de fuego del verano.
Esta es una de las zonas reforestadas por distintas organizaciones de ambos países, como Pronatura, Sonoran Institute o Environmental Defense Fund, para tratar de recuperar la antigua planicie de inundación del río en su camino al Delta. Con una flaca cría de coyote en brazos encontrada en este terreno yermo, Patiño explica cómo han ido arrancando el matorral invasor de pino salado más propio de Asia y África para plantar álamos, sauces y mezquites. El agua con el que se riegan es la del mismo río que pasaba antes por aquí, solo que para llegar ahora hasta cada árbol ha dado antes un pequeño rodeo: cerca de 12 millas por un canal de hormigón y luego otras cinco por tuberías.
Cuesta convencer a otros de que no es ningún desperdicio dejar que el río vierta en el mar. Por eso, para intentar recuperar estos ecosistemas, han tenido que aprender a ser prácticos: “Encontramos menos resistencia cuando gestionamos el agua de esta forma, a través de los canales de riego”, detalla Hinojosa, en medio del estridente canto de las chicharras. Como subraya, el problema no es ya que se reparta todo el Colorado, sino que se reparta más de lo que lleva hoy en día la corriente; lo que pone al río al límite, en la frontera de lo imposible. “Toda la división está sobrestimada, pues está calculada con los niveles de épocas en las que había más agua”, se lamenta.
Bajo el calor extremo del verano resulta fácil entender lo que significa el agua en esta parte del desierto de Sonora (aquí en San Luis está registrada una temperatura de 137º F (58.5 ºC), la que sería la más alta medida en la superficie de la Tierra, aunque no está reconocida como récord). Más que seguir al Colorado, lo que dan ganas es de meterse en él. Esto parece difícil en la parte mexicana, pero al otro lado de la frontera, en Yuma (Arizona), el río se llena de gente bajo el puente metálico del ferrocarril cuando cae la tarde y afloja un poco el sol. Por unos segundos todo se queda en silencio, para volver de nuevo el ruido alegre del chapoteo, las risas hispanas, mezcladas con el estruendo de los trenes de mercancías. A Yuma fue también la madre de Vianey Ávila, para ponerse a recoger lechugas, como muchos otros inmigrantes. “La mayoría de las lechugas de Estados Unidos salen de aquí”, recalca la hija, que trabaja ahora en el Ayuntamiento, con el programa de restauración de las márgenes del Colorado para recuperar sus usos recreativos. “El río es fundamental, de dónde vamos a agarrar sino el agua para regar nuestras lechugas”.
Antes de construirse las represas más al norte, el Colorado causaba aquí grandes inundaciones. Pero sus aguas fueron domesticándose según se fueron levantando los increíbles muros de Hoover (1936), Navajo (1962), Flaming Gorge (1964), Glen Canyon (1966)… Para muchos, esta sigue siendo una de las grandes proezas de la ingeniería estadounidense. Reteniendo las gigantescas reservas de agua de las nieves de las montañas se conseguiría llevar la prosperidad a las tierras desérticas del suroeste de EEUU. Y también se cambiaría por completo el río, que desde entonces funciona más bien como un gran canal. “Dejan venir el agua según la piden los agricultores”, resume Ávila.
En México, en una carretera al sur de San Luis de Río Colorado, unos muchachos se divierten también bañándose. Esta agua es igual que en la que se refresca más arriba la gente de Yuma, solo que en San Luis no hay río; ellos se sumergen en un estrecho canal de riego al que va a dar el furioso chorro de un pozo. A pesar del contraste, las risas son las mismas, aquí el agua contagia alegría.
¿Cómo se decide el reparto del Colorado? Del otro lado de la frontera, en el suroeste de EEUU, el agua es primero para aquellos con derechos más antiguos, los que llegaron antes, sin tener en cuenta para qué la gasten. Por eso en Yuma tienen prioridad los indios de la reserva Quechan. Al contrario, en México se empieza a plantear cómo distribuir de forma equitativa el agua, colocando por delante el abastecimiento de la población, si en los próximos años la sequía obliga a imponer recortes en el reparto del río. Una posibilidad cada vez menos lejana.
Del 23 de marzo al 18 de mayo de 2014, se abrió una de las compuertas rojas de la represa Morelos y se volvió a dejar correr el Colorado hacia el mar por primera vez en 15 años. Fue toda una fiesta. A Osvel no se le olvida el estruendo del agua al ser liberada. “Es impresionante ver un río con peces que solo unos días antes estaba totalmente seco”, recuerda el biólogo mexicano. En el denominado ‘flujo pulso’, una especie de descomunal electroshock hídrico para tratar de reanimar los ecosistemas del río, se soltaron 130 millones de metros cúbicos del Colorado (unos 6.5 millones de camiones cisterna), gracias a una aportación de tres partes iguales de Estados Unidos, México y organizaciones conservacionistas. El caso de estas últimas resulta sorprendente, pues lanzaron una colecta a través de Raise the River para comprar los derechos de agua en el valle de Mexicali. Para cumplir el plan previsto hasta 2017 necesitan 10 millones de dólares, pero ya han conseguido más de 9.3 millones.
Más de un año después de aquello, las compuertas de Morelos vuelven a estar cerradas. El acuerdo para tratar de recuperar el Delta forma parte del acta 319 del Tratado de Aguas Internacionales entre México y Estados Unidos, que supuso un cambio de enfoque en la gestión de esta cuenca para el periodo 2012-2017. En este documento se admite la necesidad de dejar agua para propósitos ambientales y se plantea la posibilidad de reducir la parte que le toca a cada país si siguen bajando los niveles del lago Mead, principal reserva del Colorado y mayor embalse de Estados Unidos por capacidad. “Finalmente, hay un cambio conceptual, sabemos ya que el río no es ilimitado y que tenemos que cuidar este recurso”, destaca Hinojosa. “La duda es si no resulta demasiado tarde”.
Bajando más hacia el sur, a unas tres millas todavía del mar, está la Ciénaga Santa Clara, una joya donde se refugian aves de marisma como el Palmoteador de Yuma, el Rascón Limícola o el Ralito Negro. Con cerca de 14,000 acres (6,000 hectáreas) de tules y aguas abiertas, este es el mayor humedal del Delta, lo que no deja de ser paradójico por estar desconectado del río. El agua que sustenta este oasis viene del Colorado, pero no del curso principal, sino de las lechugas de Yuma. Se trata de otra de las increíbles vueltas que da cada gota de esta cuenca.
La clave está en un canal donde patrulla una camioneta, junto a la valla roja de la frontera que pasa al lado del cauce seco en el puente de San Luis del Río Colorado. Esta obra de hormigón que se interna en suelo mexicano fue construida por EEUU para deshacerse del drenaje de los campos agrícolas de Yuma, Wellton y Mohawk. Es agua demasiado salada para poder aprovecharse o incluir dentro de la entrega a México, por lo que esta vez sí se prefiere dejarla que vaya al océano. O eso esperaban los ingenieros, que erraron en los cálculos. Proyectaron un canal que se interrumpe a más de 12 millas del mar, pensando que el vertido continuaría solo por la llanura de inundación. Pero, en lugar de eso, resurgió uno de los espacios más valiosos para la naturaleza del Delta (a veces es bueno no ser tan eficiente).
Al igual que las aguas subterráneas y filtraciones agrícolas, esta asistencia artificial que llega por vía de tubos y canales a los que está enganchado el río también resulta imprescindible para recuperar otras partes del Colorado. Es una forma distinta de enfocar la naturaleza, pero como asegura Francisco Zamora, director del Programa del Delta del río Colorado de la organización Sonoran Institute, “no hay otra salida”. “Hemos tenido que adaptarnos a las condiciones naturales y al particular manejo administrativo de esta cuenca”. De hecho, ya no creen tan interesante volver a abrir las compuertas de Morelos para realizar nuevas descargas de reanimación por el cauce principal. En lugar de eso, consideran más efectivo usar conducciones de riego para dirigir transfusiones de agua a puntos estratégicos dónde tengan un mayor impacto.
“Si tú buscas en un libro cómo funcionan los ríos”, comenta Zamora, “pues sí, realmente el Colorado es un caso extraño, por lo que hemos hecho con él”. Con todo, aunque parece muy difícil que vuelva a haber un caudal regular en la parte mexicana (tendría que llover mucho para que sobre otra vez agua en el reparto), sí se está consiguiendo revivir algunos tramos, como en la colonia Miguel Alemán o en Laguna Grande. En los últimos años ha ido aumentado la masa de vegetación, se ven numerosos álamos, sauces y mezquites, algunos meandros con agua, incluso se ha conseguido que la naturaleza comience a recuperarse en algunos sitios por ella misma, germinando de forma natural las plantas.
Las organizaciones conservacionistas han calculado que sería suficiente entre uno y dos por ciento del flujo total de la cuenca para restaurar el Delta. Sin embargo, el desafío no es solo recuperar el hábitat del Palmoteador de Yuma, sino volver viable el sistema hídrico completo del Colorado. “El gran reto de esta cuenca es cómo prevenir una crisis del agua”, concluye Hinojosa, que incide en lo que supondría para estas tierras desérticas una reducción drástica del agua. “Si perdemos el río, estamos en riesgo de perder todo el sistema económico de la región fronteriza”.
Desde la Ciénaga Santa Clara, hay partes de agua que ya sí consiguen conectar con las mareas del Golfo de California. De alguna forma, algunos restos dispersos del Colorado se funden por fin con el mar, aunque ya tienen poco que ver con un río.
Nos separamos de Hinojosa cerca del puesto fronterizo de San Luis, después de haber compartido unos tacos de pescado y un baño en un canal de riego. Para contar la historia del Colorado hemos empezado por el final, pero ahora tenemos que remontar el cauce hacia el norte, contracorriente, siguiendo el río de la inmigración. La siguiente parada es en California, en casa de los Sánchez, donde comprobaremos cómo el agua puede convertirse también en una pesadilla.