2 Pesadilla en California
Por Clemente Álvarez y Nacho Corbella
Con los ojos cerrados, uno casi podría imaginarse que está al borde del mar. Solo hay que intentar concentrarse en el relajante vaivén de las olas. Fshhh…, fshhh…, fshhh… Sería perfecto, si fuese posible olvidarse del olor. Además, está ese inquietante ruido al caminar: el suelo cruje. Y lo peor viene al volver a abrirlos para mirar.
Tras pasar por México y Arizona, nuestro recorrido remontando el Colorado llega ahora a California. Nos alejamos un poco del río para detenernos en Salton Sea, un lago del tamaño de un mar al que ir a ver cómo el agua puede convertir los sueños en una pesadilla. Lo que un día fue una glamurosa playa en mitad del desierto de California es hoy en una costa enferma. Allí donde se fotografiaban famosos como Jerry Lewis o Frank Sinatra parece ahora un escenario salido de la cabeza de Hitchcock: una orilla en la que no se pisa arena sino carcasas vacías de crustáceos, peces muertos, olor putrefacto, moscas, muchas moscas.
Jose L. Angel despliega un puntero y señala una gran mancha azul en un mapa que acaba de sacar del coche. “Salton Sea es el lago más grande de California, de ancho tiene 6 millas y de largo unas 40, y se creó por accidente”. Este técnico ocupa un despacho en Palm Desert como asistente ejecutivo del Consejo Regional de Control de Calidad de Agua de la Cuenca del Río Colorado. Conoce como pocos esa mancha del mapa, pero también las muchas paradojas del uso del agua en California. “Tenemos el lago más grande de todo el estado en el lugar con menos precipitaciones, no parece lógico”, comenta rodeado de tierras áridas. “Esto quizá da pistas de por qué vamos a tener que hacer ajustes en la manera que utilizamos el agua”.
Aunque esté separado del río, Salton Sea también es el Colorado. El lago se formó de 1905 a 1907 tras una gran pifia de los ingenieros al construir un canal cerca de la frontera con México. El resultado fue el desvío del Colorado e inundaciones que causaron una catástrofe, sobre todo, en Mexicali. Durante dos años enteros el caudal del río fue a dar a la planicie que hoy es Salton Sea, hasta que se volvió a restablecer el cauce normal. Luego, pasado el desastre, resultó que también tenía su lado bueno. El agua dulce de nieve derretida de las Montañas Rocosas había convertido esta parte del desierto de California en un paraíso vacacional. Fueron apareciendo centros turísticos, clubs de vela, famosos que competían en carreras de lanchas, barrios enteros de casas con jardín y palmeras… Hasta que todo se pudrió. El agua se volvió cada vez más y más salada. Durante años no supuso ningún problema, pero fue entonces cuando empezaron a aparecer los peces muertos.
Las orillas de este gigantesco lago están hoy llenas de casas abandonadas. Una valla metálica para evitar el paso, un sombrío edificio con las ventanas rotas y una puerta abierta que sería mejor no cruzar. Como en las películas de terror, resulta imposible resistirse. Dentro, los pasillos en penumbra van conectando historias de sueños destrozados. Una puerta en Desert Shores lleva al gran salón del club náutico, donde da la impresión que está a punto de sonar la música y que van entrar los camareros para servir las mesas en las que ríen los comensales. Pero todo está vacío, invadido de tristeza, solo quedan algunos grafitis en las paredes y los restos de una revista Playboy con fecha de hace 38 años. Mirando entre los agujeros de las ventanas, parece increíble que aquí siga viviendo gente. Pero justo al lado, hay un aparcamiento de remolques y casas habitadas. Y aquí los hispanos son mayoría.
Los restos del agua usada en agricultura en el desértico sur de California dan para llenar un mar, el lago más grande del estado.
Como sigue detallando con su puntero Angel, antes de la gran inundación de 1905 surgía ahí periódicamente un lago, el Cahuilla. Solo que luego volvía a desaparecer. Cuando se taponó la conexión con el Colorado se debería haber secado también Salton Sea. Pero esta vez no ocurrió por un cambio clave para el uso del agua en California: a principios del siglo XX había empezado a desarrollarse la agricultura en el Valle Imperial. A estos campos va a parar el 70% de la parte del Colorado a la que tiene derecho California. Y cerca de un tercio de ese enorme volumen dedicado a riego se convierte en filtraciones residuales que acaban en Salton Sea. Sí, los restos del agua usada en agricultura en el desértico sur de California dan para llenar un mar, el lago más grande del estado.
Entramos en una de las casas de Desert Shores que parecen habitadas. “El más grande y el más cochino”, ríe en un oscuro salón Jesús Sánchez, uno de los muchos latinos que vinieron a Salton Sea atraídos por la bajada del precio de las viviendas, según fueron huyendo aquellos que pudieron. Con las cortinas corridas y el frescor del aire acondicionado, la modesta casa de esta familia de seis personas resulta incluso acogedora. “Esto para nosotros es un lujo, no sabes lo que es vivir en un tráiler, con los niños pequeñitos”, afirma este agricultor mexicano rodeado de los suyos. Cuando compraron, les aseguraron que ya había un plan en marcha para limpiar el lago, pero no era cierto. Como cuenta, cuando suben mucho las temperaturas llega el mal olor hasta allí. “Huele como a algo podrido”. A pesar de todo, este es su hogar. Aunque no puedan salir. “Hay mucha moscas. Y pues tienes que estar aquí dentro como estamos ahorita… Encerrado aquí, así es como se la pasa uno ahorita en este tiempo”.
El agua de riego del Colorado ha dado trabajo a estos latinos y el agua contaminada del Colorado los tiene atrapados en sus casas. Como explica Angel, la salinidad viene por el riego, en combinación con las altas temperaturas. De forma aproximada, el aporte de los restos de agua de los campos de Valle Imperial, junto a los otros menores de Coachella y Mexicali, equivale a un tren cargado de sal de una milla de largo que acaba cada año dentro de Salton Sea. Esto provoca que el agua sea ya un 30% más salada que el mar. “Tanta salinidad es tóxica para muchas especies biológicas, pero este lago cerrado acumula además otros contaminantes, nutrientes como nitrógeno y fosfato. Hemos tenido mortalidades de millones de peces en un solo día”, precisa el representante de esta organización que se encarga justamente de la calidad del agua. “Luego está la turbidez y el mal olor”. “Preferiblemente, no me bañaría ahí”.
Un niño se hunde en el agua. Ha perdido la llanta a la que iba agarrado y no sabe nadar. Intenta salir desesperado para tomar aire, pero la corriente se lo traga de nuevo. Ese niño es Jose Angel con 11 años, cuando estuvo a punto de ahogarse en el Colorado, del lado de México. Le sacaron unos jóvenes, a la altura del puente de San Luis de Río Colorado, en el mismo punto en el que hoy solo hay arena seca. “Es triste como se cambió eso”. “Para mi el Colorado es un río que hace milagros, son millones y millones de personas las que se benefician de su agua, no solo en California, resulta estratégico, representa la vida en los desiertos”, incide Angel. “Pero es un río en peligro, la proyección no es bonita”.
En los vecindarios de Salton Sea, resultan inquietantes las casas con tablones clavados en las ventanas y palmeras muertas en el jardín, pero igual de turbadoras parecen las que hay justo al lado en perfecto estado, con macetas de flores de colores y el césped recién cortado. Los Sánchez no conocen a sus vecinos, aunque saben que hay muchos otros hispanos, que como ellos se dedican a la agricultura. “Trabajamos en la pisca de la uva, plantando chile, ejote, limón, naranja, toda clase de cítricos”, comenta Jesús Sánchez. “Pasamos muchas horas en el campo, es duro, cuando venimos queremos descansar, pero entonces recibimos ese olor”. Es difícil sacarse ese tufo de la cabeza. Aunque hay otro miedo que le tiene inquieto: la sequía. “Hemos oído comentarios que van a reducir el agua”. “Nos preocupa todo eso porque casi todos los latinos trabajamos en el campo. Si no hay riego, los rancheros van a dejar de plantar. Y nosotros, qué vamos a hacer pues. Otra cosa no la sabemos hacer”.
Uno de los sitios en los que no falta agua aunque haya sequía es en el cercano Valle Imperial, de donde viene el drenaje de riego que alimenta el lago. Con 180.000 habitantes, este lugar utiliza el 70% de los derechos del Colorado que le tocan a California; es decir, algo más del doble de agua que tienen los otros cerca de 20 millones de personas del sur del estado o 10 veces más que todo Nevada. Y como en Salton Sea, la mayoría (un 80%) son latinos, agricultores. “No podemos echarle la culpa a los hispanos, somos los que colectamos las cosechas, pero no necesariamente los dueños de los terrenos”, enfatiza Angel, que explica que cuando ya no hay agua para todos en esta parte de la cuenca los derechos más antiguos tienen prioridad sobre el resto. En caso de agravarse mucho más la sequía, los últimos de todos a los que se podría cortar el suministro son los agricultores de Blythe. Y los anteriores con derechos más antiguos son los indios Quechan de Yuma o las familias dueñas de las tierras del Valle Imperial.
“El problema de California es que queremos usar leyes que se aprobaron hace cientos de años”, subraya Angel, que asegura que el agua que tanto se disputa es más de la que realmente hay en el río. “El whisky para tomar y el agua para pelear”, resume con una sonrisa. Las oficinas del Consejo Regional de Control de Calidad de Agua donde trabaja están en Palm Desert, una ciudad cercana en el desierto cubierta por césped verde. Aquí hay cerca de 30 campos de golf y viven unas 48.000 personas. Y en este caso baja de forma apreciable la proporción de latinos (20%), aunque muchos de ellos siguen teniendo un papel clave con el agua: son jardineros. Cuando pasamos por la calle De Anza, dos de ellos, los hermanos Alex y Antonio Barajas, se afanan en una tarea que bien podría acompañarse en estos barrios selectos de los chirridos de violines, violas y violonchelos de la banda sonora de Psicosis: ñic, ñic, ñicR#8230;. Están retirando césped, por las medidas de ahorro ante la sequía. “Si no reducimos riego nos multan”, explican sin dejar de quitar hierba.
La prolongada sequía en California ha demostrado que el agua puede poner en serios apuros incluso a uno de los lugares más ricos del planeta. Y no solo por cuestiones estéticas. Con un consumo que en algunas ciudades de esta parte del sur del estado supera los 350 galones (1.324 litros) por persona y día, los jardines se han convertido en una cuestión prioritaria para reducir el gasto. De hecho, en algunas casas de Palm Desert ya se ha sustituido la hierba por cactus. Sin embargo, los ahorros que se pueden conseguir en las áreas urbanas son muy pequeños en comparación con el consumo (un 80% del total) de la agricultura, que en el Valle Imperial se dedica en gran medida a cultivar alfalfa, para animales. “Obviamente, cuando tú tienes un campo de golf en el desierto, donde la evapotranspiración va a requerir que uses más agua que en otras partes del estado, pues tienes que poner atención. Pero en comparación con la agricultura, el consumo doméstico o municipal es insignificante”, incide.
Mientras una bola golpeada con suavidad rueda sobre la hierba enfilada hacia el hoyo, a unas 40 millas de Palm Desert el agua de Salton Sea sigue acumulando sal y contaminantes. Para Angel, una de las mayores amenazas del lago es que sus emanaciones sean empujadas por el aire hasta la ciudad. Sin embargo, no parece que de tanto miedo lo que ocurra con el mar salado; pues las muchas promesas para resolver el problema se han quedado en nada. La verdadera pesadilla está en casa de cada uno y es que al girar la llave del agua… no pase nada.
Seguimos remontando el río Colorado, ahora por los desiertos de Nevada. La próxima parada es en Las Vegas, la ciudad de las ruletas y el desenfreno, donde iremos a una iglesia. Necesitamos un milagro.