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HISPANOS AL RESCATE DEL COLORADO
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4El agua más latina

 

Por Clemente Álvarez y Nacho Corbella

De cerca, el agua del Colorado, el río rojo, no tiene color. Desde lejos, son muchas sus tonalidades. Tampoco entiende la naturaleza de etnias o nacionalidades. Todos estos conceptos humanos se quedan en muy poco cuando remontando el Colorado llegamos delante del inconmensurable paisaje del Gran Cañón. Sin embargo, hay un grupo de población en Estados Unidos, los hispanos, que han hecho suya la reivindicación para proteger este río. ¿Se puede hablar realmente de una vinculación especial de esta comunidad con el agua del Colorado? ¿Es cierto como dicen las encuestas que los latinos tienen mayor preocupación por las cuestiones ambientales?

“El Colorado puede ser verde o azul turquesa”, describe con un brillo en los ojos Alberto Ramos, incluso marrón, “como sucio”, en las zonas de rápidos. “Con el agua tranquilita, está como esmeralda”. Cargado con una bandeja llena de platos de enchiladas, burritos y quesadillas rancheras, este enamorado del río sirve mesas en el restaurante mexicano Plaza Bonita, en Tusayan (Arizona), cerca de la entrada del Parque Nacional del Gran Cañón.

Según seguimos aguas arriba el Colorado, adentrándonos cada vez más en EEUU, el río va volviéndose cada vez más espectacular. De pronto, la tierra se abre y el agua se queda al fondo de una descomunal garganta de 277 millas de largo y una profundidad que puede alcanzar en su punto máximo 6,000 pies (1,828 metros). Entre un borde y otro la distancia es de unas 10 millas, pero para saltar el abismo entre medias hay que recorrer 21 millas a pie o 251 en coche, una odisea de cinco horas. Todo va cambiando en torno al Colorado, menos la alta presencia de hispanos allá donde vamos.

Tusayan es un pequeño pueblo de 558 habitantes y 227 de ellos (un 40%) son latinos. Aunque esto no fue siempre así. Cuando Ramos llegó con 16 años de Zacatecas (México) los hispanos eran contados. “En la high school éramos solamente dos. Yo no hablaba nada de inglés, ni mi amigo tampoco, tuvimos que luchar con el idioma”, recuerda este mesero, que lleva ya aquí 26 años. “Ahorita la mayoría de los alumnos son mexicanos”.

Por los estados por los que va dejando su agua el Colorado vive más de un tercio de los latinos de EEUU. Y como comprobamos más al sur (ver anteriores capítulos), mucha de esa población depende por completo de ella, pues son agricultores, jardineros, camareros… Igual que el Colorado resulta imprescindible para mover la rueda económica de los estados por los que pasa (según un estudio presentado este mismo año, si no hubiese río durante un año las pérdidas serían de cerca de 1.4 billones de dólares), los hispanos ponen las manos que realizan los trabajos más duros en estos territorios.

Solo hay que entrar en la cocina del restaurante Plaza Bonita para ver quién está en los fogones, lavando platos o sirviendo a los turistas que vienen a ver el Gran Cañón y montar en barca en el río. “Yo no más digo una cosa, si de aquí nos fuéramos todos un día, no sé qué harían sin la mano de obra latina”, comenta el de Zacatecas. “Una vez vino la migra y se los llevó a todos”, cuenta Ramos, que por entonces era inmigrante indocumentado. “Yo estaba en la escuela, no me llevaron”. Aun así, por un tiempo, no les dejaban trabajar y tenían que esconderse. “Andaban los dueños de los hoteles tendiendo camas, limpiando y lavando platos”, se sonríe.

 
Cuando el Colorado se agita se pone de color marrón pálido, revuelto con blancos efervescentes. Ahí es cuando el río se desbocada y vuelve a ser salvaje. “Hahahaha…. Oh, God!”. En los rápidos, empapado por el agua batida, no puede parar de gritar y reír un muchacho con chaleco salvavidas. Junto a él, chillan en una barca de rafting otra docena de jóvenes americanos, todos ellos de origen hispano. “No hay palabras, es tan poderoso, y a la vez tan calmo. Es un lugar donde no tienes teléfono, no tienes que estar preocupado por nada, una maravilla que hay que hacer una vez en la vida”, explica Georgiana Aguirre-Sacasa, directora del Programa de Nuestro Río en el estado de Colorado, organización que lleva a jóvenes a que naveguen durante varios días por estos cañones para contagiarles su fascinación por estas aguas. “Ellos serán nuestros embajadores, el futuro”.

Como nos cuenta unos días después en Denver, la organización Nuestro Río fue fundada en 2010 por un grupo de diputados de diferentes estados para crear conciencia de la situación del Colorado. “Hay 35 millones de personas que usan y viven del río, y una de cada tres es latina”, destaca esta nicaragüense. “Esto es un número increíble, si la comunidad hispana no se levanta por el Colorado quién lo va a hacer entonces”. El trabajo de esta organización se centra especialmente en involucrar a políticos de los estados por los que pasa esta agua y de Washington para cambiar la forma en la que se utiliza el río.

Ya no es solo que el Colorado no llegue al mar porque antes se reparta toda su agua (capítulo 1), o que los mayores derechos sobre el río sean para los agricultores de California (capítulo 2), o que los niveles del lago Mead donde se acumulan las mayores reservas estén bajo mínimos por la sequía (capítulo 3). Incluso en el Gran Cañón, uno de los espacios naturales más icónicos del país, se acumulan las amenazas. Eso dice la organización American Rivers, que incluyó este tramo del Colorado en la primera posición de la lista de 2015 de los ríos más amenazados de EEUU. Entre los problemas señalados citan el proyecto Escalade –que incluye la construcción de un teleférico y un centro turístico–, las minas de uranio o los planes para ampliar Tusayan con hoteles y desarrollos urbanísticos.

 

Poco antes de hablar con Aguirre-Sacasa en Denver, en otra parte de esta ciudad del estado de Colorado una combativa joven de origen mexicano protesta por los rumores de la apertura de pozos de fracking cerca de un vecindario donde viven mayoritariamente hispanos. En la lucha por el Colorado hay otro factor clave y es que esta comunidad quiere ser escuchada en cuestiones ambientales. “La voz latina es bien poderosa en este estado, nos tienen que hacer caso”, asegura la nicaragüense. “Tenemos el poder de cambiar las cosas”.

¿Por qué este interés de esta población por la naturaleza? “Creo que la comunidad latina vivimos más afuera porque queremos acordarnos de tiempos pasados y enseñar a nuestros hijos cómo nosotros fuimos criados”, comenta la representante de Nuestro Río. “Hay que pasar más tiempo afuera y no estar conectado a una televisión o un teléfono. No quiero esto para mis hijos. Yo no fui criada así, en Nicaragua pasaba mi tiempo en una finca de mi papá, con caballos”.

Cuando el río se calma, el color del Colorado se vuelve casi indescifrable. El agua parece teñirse de verde, pero también refleja los rojos de estas piedras de millones de años, el azul intenso del cielo, el negro de las sombras proyectadas por las imponentes paredes del cañón. Dejándonos llevar por la corriente en una lancha neumática, el tiempo se ralentiza aguas abajo de la represa de Glen Canyon. Con el grupo viaja una familia de dominicanos y un guía de Utah que pasada la sorprendente curva de Horseshoe Bend apaga el motor y muestra cómo retumba su vozarrón en las paredes rojas cantando una melodiosa canción tradicional: ‘Homeward Bound’ (‘Camino a casa’).

En realidad, este Colorado es muy distinto del que existía antes de que se empezase la construcción de Glen Canyon en 1956. Aparte de los sedimentos –que influyen en el color–, la represa también cambió la temperatura del agua: “Está fría, muy fría”, afirma rotunda Aguirre-Sacasa. “Supercongelada”, corrobora Ramos. Y tanto es así que esta bajada de la temperatura modificó por completo la fauna del río.

El interés de los hispanos por el entorno tiene otra explicación más cruda. Como incide un reciente estudio realizado en California y publicado en la versión online de American Journal of Public Health, la acumulación de impactos ambientales (como exposición al ozono, pesticidas, tráfico, residuos peligrosos…) es de media un 75% mayor en comunidades de hispanos y un 67% en las de afroamericanos que en las de blancos no hispanos. Es decir, el color de piel tiene mucho que ver con la calidad del aire que respira cada población o los riesgos para la salud a los que se enfrenta. Y en este tipo de desigualdades, los latinos se llevan la peor parte.

“A los hispanos nos preocupan más estos asuntos por una cuestión práctica”, incide Maite Arce, presidenta y CEO de la Fundación Acceso Hispano, otra de las organizaciones latinas comprometidas con el río Colorado. “Proteger y tener un medio ambiente mejor significa tener una familia y una comunidad saludable”.

Esta fundación presentó de forma reciente un informe que muestra la tendencia del voto latino a favor de iniciativas ambientales en consultas efectuadas en Florida, California, Colorado y Nuevo México. El trabajo analizó las votaciones en cuatro propuestas relativas al agua, espacios protegidos o tierras públicas y encontró que estas fueron apoyadas de forma mayoritaria por la población hispana; incluso una de las iniciativas no hubiera salido adelante sin el respaldo latino.

La acumulación de impactos ambientales es de media un 75% mayor en comunidades de hispanos y un 67% en las de afroamericanos que en las de blancos no hispanos.

“Siendo la nuestra una comunidad muy diversa, estamos de acuerdo en esto. Creo que es algo que viene de nuestros abuelos y de nuestros países de origen, no se trata de un movimiento ambiental organizado, como Sierra Club, nuestra gente, los votantes hispanos, lo ven como algo natural, nuestra salud depende de eso”, señala Arce, que cree que la comunidad latina tiene la oportunidad de liderar la causa ambiental en Estados Unidos. “Podemos ser líderes en establecer un sentido de responsabilidad muy diferente en este país”.

A más de 300 millas de Glen Canyon, también en la cuenca del Colorado, el agua del río Ánimas se puso hace poco de un increíble color amarillo. Pero en este caso fue por un derrame tóxico de 3 millones de galones (unas cinco piscinas olímpicas), causado por un error de técnicos de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) cuando trataban de solucionar las descargas contaminantes de una mina abandona, una de las cientos que existen en esa zona. El vertido disparó todas las alarmas, pero luego estas fueron apagándose según el color tóxico se fue diluyendo con el resto de la cuenca.

Dejamos Denver y seguimos entre paisajes verdes hacia las Montañas Rocosas, donde nace el Colorado. Remontando su corriente al revés, como el río de la inmigración, llegamos el punto en el que vuelve todo a comenzar. Lo sabe bien Ramos, el camarero de Tusayan, que todavía espera el momento de poder traerse de México a su mujer y su hija. “Mi niña tiene cinco años y medio y me dice: ‘Papi, cuándo me vas a llevar a ver el Gran Cañón”. “Ya pronto, ya pronto”.