El hombre que denunció la desaparición del lago

Lo primero que hace Valerio Rojas Flores cada mañana al despertarse es mirar el cielo azul intenso del Altiplano en busca de un signo que presagie una tormenta. Pero nada. Es principios de febrero y desde hace meses casi no cae una gota. Y eso que ahora es época de lluvias.

La falta de precipitaciones coinciden con la desaparición del lago Poopó, el segundo más grande de Bolivia. “No hay lluvia y el lago sigue igual. Es un desierto. Solamente un desierto”, lamenta este aimara menudo de 55 años, con la piel curtida por cinco décadas dedicadas a pescar en un lago que ya no existe.

Don Valerio está apoyado en su pequeña embarcación azul de madera y calamina deteriorada por el desuso y el implacable sol y el viento que atiza esta meseta de los Andes bolivianos, a más de 3,600 metros de altura.

“Por primera vez desde niño estoy viendo el lago completamente seco”, afirma el hombre, que trata de buscar alguna explicación racional a este fenómeno que para su esposa, Cristina Mamani Choque, resulta tan doloroso como la pérdida de un ser querido. “Es triste nuestra situación en este tiempo. A veces me dan ganas de llorar. Yo me siento triste y lloro de este lago que nos mantenía. Era como un padre, como una madre”, dice la mujer de 42 años, entre sollozos.

Para los aimaras de Untavi, el pueblo donde han pasado toda la vida don Valerio, doña Cristina y sus cuatro hijos, la desaparición del lago Poopó significa la pérdida de su sustento diario.

En esta época, don Valerio debería estar dedicado a la recolección de huevos de flamenco andino que luego su familia comería o vendería. Pero esta vez, las aves que migran cada año desde Chile no han encontrado el lago donde se alimentaban y han seguido rumbo al norte para buscar una nueva zona de desove. Desde hace más de un año, los vecinos tampoco han podido pescar pejerrey, karachi, trucha y mauri, especies que enriquecían su dieta y llevaban a vender a ciudades como Oruro, Cochabamba o La Paz. Y los patos, cuya carne y huevos eran muy codiciados en la zona, se esfumaron con el lago.

Así era el lago Poopó cuando tenía agua. Imágenes cortesía del diario “La Patria”.

Por eso, a finales de 2015, don Valerio se presentó en la redacción de “La Patria”, el periódico local de la ciudad de Oruro, para denunciar que el Poopó había desaparecido. No era la primera alarma que lanzaba el hombre, que por entonces era líder de su comunidad y ya había tocado la puerta de varias autoridades del departamento sin mucho éxito. En el diario, al principio no creyeron lo que les contaba, así que decidieron organizar dos expediciones simultáneas a la zona: una por tierra y otra por aire. Y comprobaron que Don Valerio tenía razón.

“No esperábamos encontrarnos con una tragedia de ese tamaño”, afirma Marcelo Miralles, el gerente de “La Patria” que lideró la misión aérea.

Miralles, un piloto retirado que sigue practicando vuelo en una avioneta que él mismo construyó, no podía creer lo que veía: el lago por el que había sobrevolado tantas veces cuando trabajaba en una aerolínea comercial ya no existía y sólo había tres pequeñas piscinas de menos de un kilómetro cuadrado. Las imágenes que tomó desde su avión y que mostraban lo que había sido un lago que llegó a ocupar una extensión de casi 3,000 hectáreas (aproximadamente 1,158 millas cuadradas) convertido en un desierto dieron la vuelta al mundo.

Los titulares se encargaron de hacer oficial la muerte del Poopó que, según los expertos, se debe a un ciclo regresivo del lago sumado a una serie de factores como la desviación de aguas para la agricultura, la contaminación minera y el cambio climático. Pero la estocada final del lago había tenido lugar meses antes. Los vecinos coinciden en señalar que fue el 18 de noviembre de 2014. El recuento de lo que pasó aquel día es casi como un relato bíblico. Los habitantes de Untavi hablan de un viento huracanado que desplazó las aguas e hizo que en los días siguientes aparecieran miles de peces muertos a las orillas del Poopó.

“¡Ya no había peces. En vano hemos llorado al no ver pejerrey!”, recuerda doña Cristina.

“Después hemos pensado: ‘retornará, volverá el lago’. Algo va a entrar y se va a reproducir, vamos a esperar. Pero el año pasado tampoco ha llovido, y no hemos vuelto a pescar nada”, dice. No solo desaparecieron los peces. Lo que antes era un lago ahora es una planicie inmensa solo interrumpida por pajonales y otras plantas andinas o por algún que otro esqueleto de flamencos rosados, patos o vicuñas que cayeron abatidos en su búsqueda infructuosa de agua.

Y pese a la leve capa blanquecina que se ve en la superficie de la tierra ya agrietada por la falta de lluvias, no se puede considerar un salar. Si lo fuera, los vecinos al menos podrían comercializar la sal, se lamenta don Valerio, que ahora sobrevive gracias a un puñado de ovejas y llamas que le quedan y a la ayuda de algunos familiares.

“Yo con coca ando”, apunta su esposa al señalar una bolsa cargada de la hoja milenaria que, entre otras propiedades, los bolivianos aseguran que sirve para calmar el hambre. Desde que se fue el lago, no siempre hay qué comer y cuando lo hay, doña Cristina prefiere dárselo a sus hijos. Como el agua, las oportunidades de los vecinos de las comunidades aledañas al lago también se evaporaron y muchos optaron por migrar a otras ciudades e incluso a otros países como Chile, Brasil o Argentina.

Untavi ahora es como un pueblo fantasma: casas cerradas y silencio. Fotos: Pablo Cozzaglio para Univision.

Y ahora Untavi parece un pueblo fantasma. De las 200 familias que había ya sólo quedan 60 y donde antes había puertas abiertas, algarabía, ruido de motos y risas, ahora solo queda un silencio interrumpido por las conversaciones de unos pocos –la mayoría mujeres y niños. “Las cuatro personitas (que quedan), ahicito estamos mirándonos entre nosotros a veces”, afirma doña Cristina que, si todavía no ha tomado la decisión de migrar, es porque sus hijos están estudiando y la necesitan.

Mientras tanto, ella y su esposo siguen mirando al cielo esperando que la “Madre Tierra” les mande lluvia para que el lago regrese. “El lago tiene que llegar un día. No va a llegar igual como antes. Pero yo pienso que va a llegar el lago algún día. En unos tres, cuatro o cinco años”, insiste don Valerio. “El lago tiene que volver”.